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En la avanzada no habido uno de nosotros que no perdiera la cabeza al menos una vez. Hemos padecido los estragos de m谩s de una guerra que jam谩s han iniciado quienes que acaban peleandola. La p茅rdida del apetito y el sue帽o por tantas noches en vela, peleando contra la incertidumbre de no volver a ver a nuestros hijos. Dando testimonio de los gritos de dolor de nuestros enemigos, m谩s cerca de nosotros que los nuestros. Cuerpos desmembrados por una explosi贸n, muertos en un incendio, heridos por una granada y resuena el campanazo del almuerzo.
La fila de cajones de madera cubiertos con una bandera es interminable, las medallas conferidas despu茅s de morir, en su mayor铆a, para suavizar el vac铆o de la p茅rdida y engatusar a los hu茅rfanos. La desolaci贸n de un himno que suena a despedida. El hipo amargo del llanto de una madre. El vano empe帽o por ganar lo que jam谩s debi贸 considerarse premio.
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