𝙏𝙤𝙙𝙤𝙨 𝙡𝙤𝙨 𝙔𝙤

 


Ayer no podía dejar de ver cada notificación en mi celular, por lo que debo haberlo abierto y bloqueado un promedio de diez mil veces en las habituales doce horas de pantalla que consumo. Devoré chocolates y todo tipo de confituras, inhalé un humo saborizado lleno de nicotina, bebí botellas de agua. Todo como resultado de una ansiedad que no se calma con remedios clínicos. 


Las píldoras aprisionan las mentes ruidosas dentro de cuerpos que lucen en calma. Son en verdad la medicina perfecta para los otros, así no están obligados a lidiar con nuestros síntomas. No ven cómo nos ahogamos en un mar de pensamientos suicidas. No oyen los lamentos de un ser cansado de vivir consigo mismo. Evitando todo, abatido y extrañado de su propia existencia, lleno de porqués y harto de no comprender a qué se viene a vivir una vida más larga de la que nos gustaría: “trabaja para ganar dinero y gastar este mismo para vivir”. Conclusión: entre menos necesitemos, más libre podremos ser. 

 



Hoy estoy escribiendo estas líneas que me gusta llamar reflexiones. Escuchando una pacífica melodía que reposa sobre ondas binaurales y que en teoría, logra minimizar el deseo desenfrenado de comer a pesar de que el estómago está lleno, de pensar de forma compulsiva en fines del mundo y en catástrofes en las que resulto mutilada o muerta. Hoy lidio con el deseo de correr hacia ningún lugar, huir de todo lo que me rodea y de mi. Encontrar el silencio que se oculta tras lo ruidoso del tráfico y las voces estridentes de los de mi especie. Solo persiste el deseo de flotar en aguas tranquilas, sin resistencia a la corriente de causas que fluye vertiginosa en una dirección incierta, sin la renuencia de los necios a los cambios repentinos, sin la tendencia al fatalismo que subyace en los estoicos. 


Hoy me siento ligera e imperturbable, como si la vida que elegí vivir no me perteneciera, como si más allá de tantos conflictos mentales hubiera una razón más profunda a la que obedecer.  

 



Mañana despertaré sonriendo a todo lo que soporten mis músculos. Reiré tanto que terminaré el día con nuevas arrugas en las comisuras. Escucharé esa música que me transporta a las soleadas playas del Pacífico llenas de palmeras. Comeré lo que me gusta y veré el mundo por delante como mi meta. Haré planes para lograr esto y aquello, no escribiré una sola línea porque en días como ese soy capaz de disfrutar del tiempo presente: la brisa fresca, el olor del café, el ruido de los cláxones que premia el esfuerzo pasado para llegar hasta aquí. Discutiré enérgicamente sobre asuntos del trabajo con mis colegas. Me interesaré por los demás, por sus altibajos y sus planes, por todo eso con lo que no soy capaz de identificarme en otros momentos. Haré de buena hija y hermana, mañana. 


Hoy me encierro en un apretado lugar donde solo hay espacio para mí, porque sería egoísta arrastrar conmigo a los que han podido adaptarse y vagar sin ataduras. 


 


¿Cómo se hace lugar para otros cuando viajamos llenos de nosotros mismos? ¿Cómo lidiar con nosotros mismos y con otros que hacen su viaje con la misma cantidad de conflictos? ¿Habrá quien sea uno y único cada día? Uno que cada día desestime el valor de la vida. Uno que fluya y reflexione en paz desde la distancia. Uno que solo sonría de plenitud ante el momento presente. 

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