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La taza de t茅 humeante que se enfr铆a en el marco de la ventana. 


Los muebles ra铆dos por el uso de otros tiempos, de cuando la casa se llenaba de gente, de cuando entraban y sal铆an los vaqueros arreando el ganado a los pastizales. 


Alonso, que vend铆a monedas de colecci贸n y visitaba la casa cada mi茅rcoles. 


Los p谩jaros en las copas de los 谩rboles que fueron derribados por la tormenta. 

 

Pueblo de nadie. De sombras de anta帽o que daban vida a los objetos inanimados, ahora in煤tiles, como todo lo material cuando no tiene la mano del hombre para apreciarlo. 


Felicidad ilusoria que se resist铆a al cambio, a esa realidad de un lecho vac铆o, a la promesa de un amanecer que nunca termin贸 de llegar. 


Escaleras que cruj铆an cuando soplaba el viento, no as铆 con sus pasos, no m谩s. 

 

La danza de los muertos que sobrevivieron a tantas epidemias se escuchaba m谩s all谩 del r铆o. La mayor铆a esper贸 la muerte en un balance anclado en el porche de su casa, sin sonrisas ni l谩grimas. Adaptados a una muerte en vida como la 煤nica manera de vivir que conocieron. 

 

Era el vac铆o interno que se llenaba con voces, lo 煤nico que logr贸 disimular lo hu茅rfanos de todo que hab铆an llegado a ser: de esperanzas, de anhelos, de evoluci贸n. 


La amenaza del silencio asustaba, pero fueron obligados uno a uno a enfrentar su propia cara. No la que se reflejaba en cualquier espejo mohoso colgado en la pared, sino la que luchaban por ocultar del mundo en cada instante de sus m煤ltiples existencias.          

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