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Anna y su Cerebro despertaron con ganas de comerse el mundo a pedazos una ma帽ana m谩s de viernes. Por primera vez en meses parec铆an estar en sincron铆a una con el otro, como en esos casos en que la cabeza y el coraz贸n andan de la mano y no hay cabida para los conflictos. Anna sigue la rutina del d铆a con expectaci贸n, lista para el momento en que un cambio de ropas y un perfume distinto, le traigan el esp铆ritu festivo con que llegan al fin de semana aquellos que han amasado y cocido el pan por cinco d铆as. 

 

Anna tiene veinte y ama la diversi贸n de maneras imaginables solo para quienes nacieron en un d铆a de primavera, pero terminaron amando el oto帽o. Le apasionan las formas m谩s insanas de vivir. Esas que jam谩s ser铆amos capaces de suponer detr谩s de un rostro desprovisto de las marcas que deja la tristeza, inexorable al paso del tiempo y bello. Tiene la misma cantidad de tendencias suicidas que asesinas, ama tanto un sexo como el otro, venera la vida solo al buscar acercarse a la muerte. Va de cama en cama amando a todos sin prejuicios, consume sustancias que sabe prohibidas por la ley, camina por calles a oscuras tentando a las almas perdidas, que como ella, suplican por un encuentro mortal; el 煤ltimo. Hace y dice todo aquello que no deber铆a ser dicho ni hecho. Come y bebe en exceso como si albergara reservas para todo un invierno. 

 

Su cerebro ha estado en constante crecimiento, alberga valores distintos a los suyos, es recto y discreto. Procesa datos de forma independiente y le env铆a la informaci贸n hecha experiencias que ella misma no ha vivido. Un c煤mulo de recuerdos a flote, dispersos y borrosos como si formaran parte de una pel铆cula ya vista, pero no recordada. 

 

Durante cinco d铆as Cerebro dicta reglas, juzga y castiga seg煤n los principios marcados por Dios. Anna se ocupa de desarticular todos sus mandamientos y Cerebro la deja pagando el precio de sus excesos con constantes im谩genes de cat谩strofes y fines del mundo. Cinco d铆as de guerra, hasta que el ciclo recomienza con el mismo sentimiento de expectaci贸n el siguiente viernes. 

 

Anna no puede detenerse aunque quiera, porque se ha vuelto adicta al hecho de ser su contraposici贸n misma, porque una vida de t茅rminos medios parece vana para quien disfruta tanto de los amargos y solitarios viajes a su yo interior, como de los dulces paseos al parque de 谩rboles anaranjados repleto de gente. 

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