𝙋𝙚𝙧𝙨𝙤𝙣𝙖𝙟𝙚
Cuento diez números de manera infinita hasta que esos pensamientos se reducen a pasar cual agitada ráfaga de viento. Dejan detrás un silencio aparente, como lo que quedaría después de una tormenta arrasadora: árboles caídos, casas en ruinas y oscuridad. Es cuando adivino que ha llegado el momento de llenar tal espacio con imágenes de playas soleadas y árboles frondosos, que me ayudarán a dar los primeros pasos hacia la luz.
Vago por las amplias calles de una ciudad en la que el tiempo se detiene al cruzar una calle, al oír el lejano retumbar de la música en los negocios, al mirar las nubes de lluvia amenazando. Las hojas secas se amontonan en las zonas bajas, charcos en las aceras, perros sin dueño vagando como yo, sin rumbo fijo, huyendo de los conductores ofensivos y del hambre.
Soy un hombre alegre, de niño constituía el orgullo de mi madre mi buen carácter y mi obediencia. ¿Por qué nadie me sonríe a pesar de que yo le sonrío a todos? Podrían ser mis ropas gastadas o mi barba rebelde o el olor a cigarrillo en la mañana o el carrito que empujo con mis pertenencias. Podría ser cualquiera de esas cosas o todas ellas. Lo tengo solo a él, que también era como yo: alegre y obediente. Un hombre de cabello rizado que me espera cada mañana en la misma parada de autobús. Nos hemos servido de bastón mutuo por más de diez años y nuestro vínculo va más allá de compartir la misma esquina durante el día, va más allá de lo que pueden juzgar los ojos curiosos al pasar.
Hoy al bajar del autobús lo saludé a través de los cristales de las ventanillas y una mujer me sonrió con ojos llorosos. Parecía estarnos observando, callada, pero inmersa en quién sabe qué pensamientos. Por primera vez en mucho tiempo un desconocido me trajo tanta dicha, casi tanta como la que sentí cuando mi hija dio a luz y supe que acababa de convertirme en abuelo.
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