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Acababa de terminar mi segunda botella de vino de jerez de la noche, oyendo de pasada al melanc贸lico Fito P谩ez que sonaba en casa de los vecinos. Me desped铆 de mis queridos durante el fin de semana, en caso de que esta vez el viaje de ida resultara en estad铆a permanente. Siempre que lo hago mi madre manda a Sarita a quedarse vigilando. Sabe que algo pas贸 y que planeo beber hasta descomponer la sangre en vino. 

 

Otra vez estoy aqu铆, con la intravenosa atada a la mu帽eca y las piernas sujetas a la camilla de hospital, con una sonrisa que no se apaga a pesar de que son los ojos los que lloran. Puedo asegurar con cierta satisfacci贸n que este viaje fue especial. He estado en ese lugar del que casi nadie regresa unas cuantas veces, pero esta fue una estancia extendida. Tuvimos tiempo para hablar de todos los sue帽os incompletos, de nuestros deseos ocultos y del destino que jam谩s llegamos a cumplir por su cobard铆a. Insisti贸 en que me fuera, yo no quer铆a dejarlo solo otra vez. Me queda mucho por hacer a煤n, deber谩 esperarme cincuenta y un a帽os m谩s hasta que muera y volvamos a empezar. Dicen que estuve inconsciente alrededor de ocho minutos mientras los param茅dicos intentaban reanimarme. 

 

Tengo una extra帽a alergia a los vinos que me produce un shock respiratorio, a煤n as铆 no dejo de emborracharme para ir a verlo desde que descubr铆 que de esta forma pod铆a o铆r su voz. Mi Octavio muri贸 hace doce a帽os y la 煤nica manera de que yo lo escuche es bebiendo hasta que mi garganta se cierra en un apretado nudo y mis labios morados anuncian la asfixia del cuerpo. 

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