𝙃𝙤’𝙤𝙥𝙤𝙣𝙤𝙥𝙤𝙣𝙤 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙢í
Llegué arrastras a la falda de la montaña con la ropa hecha jirones, los pies sangrantes por la ardua caminata de mi última vida y un nudo apretado alrededor de la garganta que solo me permitía articular las palabras, aunque sin sonido alguno. Habría podido pedirle a las ramas que me concedieran el paso sin cubrirme de arañazos. Con un canto habría pedido a las raíces que me evitaran tantos tropiezos con los que mis rodillas albergan tantas y tan profundas heridas. En mi incapacidad para pedir al bosque lo que podía y era bueno, lo recorrí llena de miedos y angustias. Cada rama dejó su marca, cada raíz un dedo partido. Había logrado atravesarlo, ¡pero a que costo! Lo culpé y lo maldije en silencio hasta que una cordillera apareció ante mí. Entonces, mi visión cambió y pensé que esta vez se presentaba algo mejor y más digno. Las montañas eran incontables hasta perderse la vista, por lo que la trayectoria sería larga. Mitad en bajada, mitad en subida parec...