饾檵饾櫀́饾櫉饾櫀饾櫑饾櫎 饾櫍饾櫄饾櫆饾櫑饾櫎 (2)
Esa tarde despu茅s de las exequias fue a dar al cementerio. No supo c贸mo sus pasos la condujeron all铆. No pudo enumerar los pensamientos que agitaban su respiraci贸n como p谩jaros revoloteando en espiral. Tampoco mentar siquiera el color de las pancartas que bordeaban el camino. Iba en una especie de trance, como quien cuyos pies se desplazan por encima de brazas encendidas sin sentir dolor. Una sombra que no dejaba huellas al pasar.
La escena de la matanza segu铆a apareciendo en su cabeza, como una horrible y repetitiva pel铆cula cada vez m谩s llena de detalles y di谩logos a帽adidos por su mente ruidosa, en nuevas y m谩s profundas representaciones. El horror de ese d铆a borr贸 todos los recuerdos que ten铆a del mundo hasta ese momento. No pudo diferenciar el verde del amarillo en la bandera que se extend铆a sobre los ata煤des de los muertos, ni reconocer el fr铆o de la brisa o el sabor del t茅 de manzanilla que repart铆an cada media hora. Sent铆a moverse dentro de un lugar espacioso en el que su cuerpo parec铆a enorme para sus mermadas fuerzas. No quer铆a huir de las mujeres que lloraban a sus esposos ni del quejido de los ancianos lamentando la p茅rdida de sus hijos, pero necesitaba el silencio. Soport贸 como pudo la tristeza fingida del cura en su interminable discurso, a quien por primera vez fue capaz de descifrar. Las palabras de consuelo haciendo eco en sus pulmones de fumador. A veinte metros pod铆a oler el aceite espelmado sobre su incipiente cabello. Un hombre encogido y r铆gido a quien su estilo de vida ocioso logr贸 atrofiar el cuerpo, como suele suceder con todo lo que nos es otorgado y a lo que no damos uso.
Estuvo en cuclillas al lado del tanque hasta que llegaron los dem谩s del pueblo a juntar piezas en aquel reguero de cad谩veres. Ella misma los hab铆a sarandeado buscando resquicios de vida, un aliento cortado, una 煤ltima palabra de despedida, una mirada turbia que la reconociera. No hab铆a quedado uno. La vida y la muerte dejaron de ser un misterio.
La noche de la tragedia abri贸 los brazos al cielo y por primera vez sinti贸 la brisa despein谩ndole el cabello, el olor de la noche y el cantar de los grillos. En medio de un semillero de balas y el rugir potente de los aviones fue capaz de verse como era, en un escenario infinito, inm贸vil ante tanta furia, entregada a todo y a nada, resignada a morir, pero a la vez con ganas de salvarse. In煤til ante tanta desgracia, pero en paz. Consciente y entregada al momento, disfrutando de una manera extra帽a la certeza de estar viva, como no ten铆a idea que pod铆a.
En los d铆as siguientes le llegaron, como en r谩fagas, la risa y la felicidad que solo los locos experimentan. Un sentimiento de plenitud cada vez que se desvelaba como la diminuta parte de un todo. Fue feliz observando a las hormigas y las ayud贸 a cargar migas de pan hasta el hormiguero. Oli贸 las flores del jarr贸n de la sala y todas las fragancias le parecieron distintas y nuevas. Ante la revelaci贸n de que m谩s all谩 de la carne algo supremo habitaba los cuerpos, esa tr谩gica noche debe haber elegido vivir.
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