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Con una inspiraciΓ³n profunda parecida a un suspiro reΓΊno las lΓ‘grimas derramadas por los arbustos secos y las devuelvo a la tierra convertidas en dicha. Ha amanecido lloviendo como hace tiempo no hacΓa y al rΓo seco se le ha permitido volver a correr. Tanta sequΓa que nuestras raΓces apenas recordaban el sabor de la tierra hΓΊmeda. Tanto tiempo a la espera de un aguacero que transformara en hojas nuestras espinas. ¿CΓ³mo no anticipar que el mismo aliento que diera vida al primer hombre tambiΓ©n podΓa hacer llover?